sábado, 15 de febrero de 2014
Viernes El caso del mentiroso Argentino
Un día viernes, un señor llamado Viernes llegó al Departamento de Policía de la Capital Federal. Era el 5 de agosto de 1938. Lucía un sobretodo gris y un sombrero de ala ancha. Cuando comenzó a hablar, los policías de Defraudaciones y Estafas que lo atendieron no podían creer lo que escuchaban. Viernes Scardulla dijo que en un paraje de Pergamino descubrió el tesoro del virrey Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo, Angulo Bullón y Ramírez de Arellano, III marqués de Sobremonte, caballero de la Orden de San Hermenegildo. El virrey lo había escondido en Luján en la época de la primera invasión inglesa. Eran, dijo Viernes, tres arcones con 33 kilos de piedras preciosas y 100 de oro.
El descubrimiento había ocurrido en 1935. Entonces, como no sabía qué hacer se comunicó con el Senado de la Nación. Un tal doctor Roque Monti se había mostrado interesado en su aventura; primero lo asesoró y después terminó quitándole el tesoro. Eso era lo que venía a denunciar. Muy pocos en este caso conocían historia argentina. La noticia, prolijamente difundida por los policías a los periódicos, causó sensación. La pregunta del momento era: “¿Qué haría usted con el tesoro de Sobremonte?”
El llamado doctor Roque Monti resultó ser Carlos Valdivieso, de 52 años. Lo arrestaron al día siguiente de la denuncia de Viernes. El domingo 7, Valdivieso quiso escapar, cayó desde unos 20 metros y se mató. Ni siquiera esta circunstancia ni aquella otra que señala la historia, es decir que en 1806 los ingleses descubrieron el tesoro real en Luján y se lo llevaron a Londres, impidieron que el lunes 8 una comitiva saliera hacia Pergamino para ubicar el lugar donde estuvo guardado el tesoro. Como era dable esperar nada encontraron, salvo a un tal Pedro Bonfanti, herrero, que confesó abatido por la presencia de los policías haber confeccionado unos cofres con hierros viejos a pedido de Scardulla.
Viernes no llegó al viernes siguiente en libertad. Se conoció que Scardulla era un conocido cuentero de Venado Tuerto que tenía deudas con varios acreedores. Uno de ellos era justamente Carlos Valdivieso. El mentiroso público numero 1, como se le empezó a decir a Scardulla, había ideado el cuento del tesoro de Sobremonte para zafar de su principal acreedor, Valdivieso, y de los 16.000 pesos que le debía.
No se justificaría la publicación de su enigmática historia en esta columna si Viernes Scardulla no hubiera recaído en San Luis en 1948, tras su paso por la cárcel. En Venado Tuerto nadie lo esperaba, y el hombre que supo entreverar con sus mentiras a toda la nación estaba nuevamente en la calle. Y eligió las calles de San Luis.
Tenía un par de gustos que se dio siempre: las carreras de caballos (durante un tiempo se dedicó a la crianza de animales que luego compró), los juegos de naipes de los que se convirtió en un impenitente jugador y la tirada de tabas. Todos esos deleites se los daba gracias al dinero que obtenía con el curanderismo.
Cuando arribó por primera vez a San Luis se presentó en sociedad como el doctor Juan Herrera e instaló su consultorio en Ituzaingó entre España y Tomás Jofré. Quienes lo conocieron aseguran que su visión para los negocios era formidable, pero no era su única virtud. A esa ambición la acompañaba con una dialéctica envidiable que conseguía envolver a cualquiera que se parara frente a él a discutir un tema. Y eso que nunca aprendió a leer ni a escribir.
Años más tarde estableció su sanatorio privado en Gobernador Alric casi Sarmiento, hasta donde llegaban centenares de campesinos con la esperanza vacía de ser curados por las maniobras del inescrupuloso sanador.
Sus medicaciones consistían en jarabes para caballos -que conocía por su actividad de cuidador- flores de chañar y yuyos que encontraba en sus visitas al campo. También era una práctica común para el manosanta atender a sus pacientes con un vaso de agua colocado sobre la cabeza, que estaba tapada por una toalla que caía por los costados de la cara como un turbante. El vapor lógico que emanaban los elementos era, según Scardulla, los maleficios que se alejaban del cuerpo del enfermo.
Casi lo descubren en una que le hubiera costado su fama y su clientela. Una vez, un hombre del campo a quien Viernes detectó como una buena presa para sacarle aunque sea algunos animales, llegó al consultorio por un problema de salud. El diagnóstico fue simpre y estremecedor: "Su casa está embrujada", le dijo el curandero que le indicó que era necesaria su presencia por dos días en la casa del paciente para empezar el exorcismo.
El hombre recibió con almuerzos y cenas opíparas a Scardulla, quien no tuvo tiempo de entreverarse con la hija de su paciente. Cuando todos dormían, el falso médico cavó en cercanías de la casa cuchillos, tijeras y otros elementos que serían parte de su farsa.
Luego de un tiempo de meditaciones y "conversaciones con el Altísimo", Scardulla llegó nuevamente al rancho del pobre enfermo con una varilla que había cortado de un árbol desvencijado que estaba en el camino. Ese elemento vegetal sería el conductor que lo llevaría a encontrar la causa de las malas ondas que habitaban la vivienda.
"¡Miren como se mueve, aquí hay algo extraño. Alabado sea Dios!", gritaba febrilmente exaltado el presunto descrubridor del tesoro de Sobremonte cuando pasaba caminando con su varilla por el mismo lugar donde días antes había enterrado los elementos.
Finalmente, Viernes concluyó que los problemas de salud del hombre se originaron por un gualicho le hicieron algunos enemigos. Con la promesa de que nada malo le pasaría en adelante, el manosanta se fue de la vivienda cargado de animales y bienes.
Pese a que esas prácticas eran comunes, Scardulla conseguía que varios de sus pacientes dieran testimonio de la credibilidad de su accionar y de las buenas artes que decía manejar. Sin embargo, quedó estigmatizado como un charlatán, embaucador, con la única facultad de saber envolver a sus clientes.
Las crónicas de principios de los 70 sitúan nuevamente a Scardulla en el centro de la escena cuando anunció la publicación de su libro Un hombre llamado Viernes, que finalmente nunca conoció la luz.
Viernes Scardulla murió en San Luis en 1977 en medio de la indiferencia que nunca quiso conseguir.
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